Alumbramiento: Una vez fuimos una
diminuta porción de cariño que devino en un feliz alumbramiento. Nos importa
muy poco como acontecieran los dichosos sucesos; el caso es que al poco de
nacer, nuestros progenitores nos habían vestido de felicidad de no importa el
color. La felicidad es objetivo prioritario de toda familia. Cuando niñas, entronizamos
a las madres y los padres como si contempláramos figuras sagradas que todo lo
saben. La revolución: la revolución que transcurre de la infancia a la madurez hace que los mitos se desvanezcan y es otra la
mirada, quizás más serena aunque igualmente emotiva, la que derramamos sobre nuestros progenitores. Nuestros
progenitores (o tutores): Nos preguntamos, con el paso del tiempo, cuál es nuestro lugar en el mundo dentro
de esa célula social que es la familia cuando contemplamos la ancianidad en sus
rostro…Nos miramos al espejo que nos delata con sarcasmo y pensamos, la vida es
un compás de ruidos y silencios.
Bullicio y aburrimiento: Es cierto, a veces
surge el bullicio de los niños que gorjean
como gorriones en sus nidos, de sus juegos en casa, como en la infancia de
nuestro recuerdo, de aquel alboroto que precedía a la siesta represora en una
larga tarde de estío, donde el silencio era solo perturbado por el ronco motor de un ventilador destartalado…y
luego, de nuevo el jaleo. Los primeros descubrimientos del mundo, contemplando
las estrellas en una noche despejada o abriéndonos paso en un espacio secreto
en mitad de la naturaleza. Cómo
contemplamos ahora aquella ideología de los
puños contra los carrillos esperando la merienda, de los “me aburro” y los “¿falta mucho?” de
los viajes familiares, de las patuchas colgando en el banco de un parque, de la
sesuda filosofía del gorrito de lana calado hasta las orejas, la mano protectora del padre o de la madre
yendo al colegio, de aquel cinco raspado en un examen infausto… Y luego la fase
de los secretos, ya en la adolescencia, cuando comenzamos a descubrir que
nuestro estómago albergaba mariposas que provocaban temor y felicidad en la
misma proporción.
Ruidos y silencios: Ayer como
hoy, las sensaciones siguen un mismo compás de ruidos y silencios, de momentos
emotivos y momentos de hastío, de situaciones que borraríamos del mapa de
nuestra memoria y de aquellas otras que utilizaríamos como retazos de una
segunda piel. Todos y cada uno de estos compases trazan la esencia de la
familia, sea cual sea el origen, color, ideología o sexo de los miembros que la
componen y la inercia que los une o separa. Cualquier familia, todas las familias
se organizan en células que transitan el mundo, este único mundo en el que
vivimos y soñamos creyendo en la existencia, acaso efímera, de la felicidad.