Alumbramiento: Una vez fuimos una
diminuta porción de cariño que devino en un feliz alumbramiento. Nos importa
muy poco como acontecieran los dichosos sucesos; el caso es que al poco de
nacer, nuestros progenitores nos habían vestido de felicidad de no importa el
color. La felicidad es objetivo prioritario de toda familia. Cuando niñas, entronizamos
a las madres y los padres como si contempláramos figuras sagradas que todo lo
saben. La revolución: la revolución que transcurre de la infancia a la madurez hace que los mitos se desvanezcan y es otra la
mirada, quizás más serena aunque igualmente emotiva, la que derramamos sobre nuestros progenitores. Nuestros
progenitores (o tutores): Nos preguntamos, con el paso del tiempo, cuál es nuestro lugar en el mundo dentro
de esa célula social que es la familia cuando contemplamos la ancianidad en sus
rostro…Nos miramos al espejo que nos delata con sarcasmo y pensamos, la vida es
un compás de ruidos y silencios.

Ruidos y silencios: Ayer como
hoy, las sensaciones siguen un mismo compás de ruidos y silencios, de momentos
emotivos y momentos de hastío, de situaciones que borraríamos del mapa de
nuestra memoria y de aquellas otras que utilizaríamos como retazos de una
segunda piel. Todos y cada uno de estos compases trazan la esencia de la
familia, sea cual sea el origen, color, ideología o sexo de los miembros que la
componen y la inercia que los une o separa. Cualquier familia, todas las familias
se organizan en células que transitan el mundo, este único mundo en el que
vivimos y soñamos creyendo en la existencia, acaso efímera, de la felicidad.
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